Esa casa, la de mis abuelos, fuese Navidad o cualquier fin de semana, siempre estaba repleta de gente. Familiares o amigos que, según mi papá, mi abuela iba recogiendo al pasar por la calle para invitarlos a comer. Así que su mesa larguísima, con una perfecta decoración, siempre estaba dispuesta con diferentes contornos para el sancocho sabatino, mientras mi abuelo lucía sonriente detrás de su majestuoso bar de madera labrada
Fotos por cortesía de la autora
Debo confesar que esos sábados, aunque te suene sorprendente, eran algo tortuosos para mí, pues no me encantaba comer mucho, así que me obligaban a terminarme el sancocho. Así que mi abuela, al ver mi sufrir, empezó a licuármelo guiada por ese espíritu de hacer que todos estuviésemos felices y, hasta el día de hoy, recuerdo ese gesto con añoranza, pues entendí que su amor lo expresaba a través de la mesa.
Ahora, desde mi pasión, me veo creando menús y experiencias a través de un buen plato para consentir a mis seres queridos, por lo que mi pobre esposo (risas) es obligado a responder, tras cada comida que le preparo, un interrogatorio exhaustivo sobre qué le pareció, pues me da mucha ilusión que el comensal me conteste con un “¡me gusta!”.
Sin embargo, más allá del sabor de los platos, también trato de expresar mi efusión con bellos elementos que se puedan conjugar con un buen mantel, pues en los detalles está la diferencia. Sé que pensarán que soy una snob, pero me genera mucha ilusión sentarme en una mesa y ver que la servilleta está correctamente dispuesta en el lado izquierdo o sobre el plato (se coloca en el derecho cuando hemos terminado o estamos en pausa), o ver el cuchillo mirando para adentro (¡lo siento!, soy una obsesiva por las cosas bien hechas), pues esos pequeños gestos me hacen saber que el anfitrión de la velada hizo todo con esmero.
Por ello, cuando organizo un agasajo en casa, pienso en los sabores y colores que identifican al invitado. Así puedo preparar una comida inspirada en el mar o el campo, seleccionar un estupendo vino e ir construyendo la mesa perfecta, decorada con bellos manteles y flores.
Así lo hice durante las festividades de Pascua, ocasión ideal para organizar un brunch de cumpleaños para una amiga que, de acuerdo con sus gustos, es la personificación de una Barbie de Mattel. Por lo que incluí en la mesa todos los elementos que le hacían gala a su femineidad: la vajilla de jardín de rosas que iba perfecta con los individuales pasteles y las servilletas a juego de Raquel Morhaim.
Además, compré flores de diferentes tonos rosas, bandejas pink, platos floreales y varias bomboneras llenas de diferentes dulces. Rocío, creadora de la Tartaletta Panamá, trajo la tarta de tres chocolates (la favorita de la agasajada), ornamentada con los colores de la mesa. ¡Lo mejor! Una mimosa rosada que elaboré para darle la bienvenida a nuestro hogar.
Como podrán imaginar, la cumpleañera se sintió consentida y homenajeada con tantos detalles, pues cada elemento de la mesa fue pensando en su personalidad. Arreglos que la llenaron de emoción y a mí de felicidad, sentimiento que me encantaría que ustedes también sintieran con sus seres queridos.
Así que a través de esta nueva columna muy AUNO les estaré enseñando desde cómo poner los cubiertos hasta ideas para hacer una mesa espectacular de acuerdo con la ocasión, para que nuestros hijos y nietos la recuerden, como yo, con mucho cariño, pues lo que se hereda no se hurta.
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