En mi inquietud por patear la ciudad, agarré mi motete y me fui a un sitio mágico e inesperado de la urbe panameña: el mercado de San Felipe Neri. Data de 1914, erigido entre una encrucijada de barcos que venían del Darién y Chiriquí, sin contar los clientes que arribaban después de cursar largas carreteras y distintos puntos de Ciudad de Panamá, ávidos por encontrar productos y frutas exóticas de todas partes. Hoy, después de una importante remodelación, se establece en la antigua estación de ferrocarril de la avenida B del Casco Antiguo, para que podamos vivir una monumental experiencia que fusiona el turismo con la buena gastronomía
Humberto Pappaterra |Fotografía por Juan Vírgüez
Vivir la ciudad siempre ha sido mi fuente de inspiración como arquitecto, por lo que siempre trato de emprender una nueva aventura entre paisajes de concreto que esta vez me llevó a conocer el mercado San Felipe Neri; para ello, no podía salir sin un imperdible: mi motete, una cesta típica panameña para la recolección, tejida en paja y con tiras de fibra vegetal para ser cargada en los hombros.
Y ya con este implemento a cuestas me dediqué a recorrer sus pasillos llenos de colores y olores frescos. Aquí los pimentones juegan con los nances, plátanos de patio, frijoles, maíces y muchas frutas como las que vende Allan, quien desde los 9 años trabaja con su mamá.
Su especialidad para mí son los aguacates, los más económicos y sabrosos que he comido desde mi llegada a Panamá. Sin embargo, lo que más me emocionó fue saber que, a través de este puesto de frutas y hortalizas, la mamá de Allan no solo logró salir adelante, sino que les costeó los estudios universitarios a todos sus hijos. ¡Un gran logro con este negocio de toda una vida!
Esta historia me motivó a encontrar más relatos para mi columna. Así me topé con Brígida, una muchacha guapísima y muy simpática de 17 años de edad, quien ayuda a su madre vendiendo jugos dentro del mercado. Me fascinó el de borojó, una fruta del Darién que no conocía y que, aparentemente, “les da fuerza a los señores”. En una próxima columna, les contaré si es cierto (risas).
Ahora mi gusto por los tamales me lleva a un pasillo donde reinan diferentes tipos de hojas como bijao, plátano y otras fibras naturales. Allí conocí al Sr. Dubaldo, que reluce por tener 37 años en el negocio, por lo que le di mi motete para que le colocara las mejores opciones.
Y ya con las hojas para armar los tamales, no podía irme sin el relleno, por lo que me desplacé por el mundo de los cárnicos, que genera una fiesta visual increíble: costillitas de cerdo, diversos cortes de carnes, chorizos, pollo fresco y, lo mejor, ¡a precios superaccesibles! En esta área, me encontré a Elizabeth, quien, con una mágica sonrisa, me dijo que mi flacura necesitaba una sopa de patas de pollo, para reponerme de las secuelas del COVID. Así que no dudé en comprar un kilo por tan solo un dólar (creo que haré sopa como para un mes).
En este punto de la historia, se pueden imaginar que mi motete ya está muy pesado, por lo que no tengo otra opción que dirigirme a las fondas del mercado y probar la experiencia gastronómica del San Felipe Neri, cuyos ingredientes frescos literalmente pasan de los locales a tu plato con una sazón que sabe a Panamá.
Y luego de ese manjar, me acuerdo de Allan, Brígida, Dubaldo y de todos aquellos que día a día se dedican a ofrecer lo mejor de nuestro país en colores, texturas y sabores; por ello, hoy afirmo de todo corazón: ¡el San Felipe Neri es más que un mercado!, ya que su historia y su gente lo convierten en un punto de encuentro que vale la pena visitar.
Agradecimientos especiales a la Sra. Adelaida y al Sr. Edgardo Stanziola de la Dirección de Mercados Municipales, y a todos los que forman parte de este este complejo increíble de San Felipe Neri.
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