La capital del Perú es el destino soñado de cualquier foodie. Su oferta gastronómica reúne un mestizaje de culturas y colores que la hacen única
Corina Briceño. Fotos por cortesía de las marcas
No pensé que pasaría tan poco tiempo desde la primera vez que la visité. Fue en mayo y, para mi sorpresa, “Lima, la gris” como suelen llamarla, me regaló un pedacito de cielo azul que capturé en una foto desde el malecón, en el distrito de Barranco.
En cuatro días que se hicieron muy cortos, solo tuve una preocupación: probar todos los restaurantes que tenía en mi lista, pero fue imposible. Lima es inabarcable desde donde se mire: su gastronomía es un universo pleno de historias, ingredientes, recetas ancestrales, comidas largas y pisco, ¡mucho pisco! Como resultado, la lista creció. Quedé con tantas ganas de volver que ya estoy preparando maletas para partir de nuevo.
Mientras, un breve repaso de los restaurantes que alcancé a visitar en ese primer viaje, desde propuestas de alta cocina hasta los locales más tradicionales, esos que nacen en los barrios de clase media baja, donde el peruano de a pie come lomo saltado a la hora del almuerzo.
El mejor ejemplo es la antigua Taberna Queirolo, fundada hace más de 100 años en el distrito Pueblo Libre por Santiago Queirolo, un emigrante italiano que llegó a Perú en el siglo XIX y se dedicó a la producción de pisco y vinos. Hoy en día, la taberna se conserva como si el tiempo no hubiese pasado: las paredes están cubiertas de fotografías en blanco y negro y la barra es un monumento hecho de madera, que sirve de escenario para bebidas clásicas como el chilcano y el Pisco Sour. Solo sirven platos criollos que rinden un homenaje a la gastronomía del país.
Pero antes de visitar la taberna y conocer el otro lado de la ciudad, me hospedé en Miraflores y cené en Mayta, del chef Jaime Pesaque. Su menú degustación fue una bienvenida muy oportuna y, a la vez, un recorrido introductorio por la costa, la selva y la sierra del Perú. El maridaje también fue una decisión acertada y, en mi caso, combinó bebidas con y sin alcohol. Una experiencia que no recomiendo saltarse.
En los primeros lugares de mi lista estaba el restaurante Mérito, de Juan Luis Martínez, cocinero venezolano afincado en Lima desde hace varios años. Luego de una temporada en Central, del reconocido chef Virgilio Martínez, Juan Luis abrió su propio local en el distrito de Barranco y desde entonces se ha convertido en uno de los más aclamados de la región. En la carta, hay platos que conjugan sabores de su país natal con ingredientes peruanos. Sentarse en la barra, con apenas unos pocos asientos disponibles, es un privilegio.
La Mar Cebichería es otro que repito sin pensarlo. Las horas se pasan entre un festín de piqueos fríos y calientes que incluyen tiraditos, sashimis, nigiris, empanadas, croquetas, conchas y, por supuesto, el ceviche, que tiene alrededor de diez versiones en la carta. El lugar se aleja del fine dining, es casual y divertido, pero hay que llegar muy temprano para conseguir una mesa.
Culmino con un preferido de los limeños, no hubo quien no lo mencionara: Rafael, ubicado en una esquina del barrio Miraflores desde hace veinte años. Dirigido por Rafael Osterling y Rodrigo Alzamora, este restaurante se asemeja a una galería de arte por su diseño y exhibición de cuadros, sumado a una selección de piezas que decoran cada rincón. En el menú, hay reinterpretaciones de platos clásicos, buena técnica y mucho sabor.
Agradecimientos a:
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